“Lo barato sale caro”: nunca un refrán fue más acertado.
¿Cuántas veces nos han encomendado revisar traducciones que nos han llevado por la calle de la amargura? Dos manos no serían suficientes para contarlas, ¿verdad?
¿Por qué ocurren estas situaciones? La respuesta es bien sencilla: porque la calidad siempre tiene un precio.
No hablaré de aquellos traductores que no son honestos y aceptan cualquier trabajo, a sabiendas de que no lo pueden llevar a cabo, aunque deberían ser penalizados por tirar los precios y sabotear el mercado. Ni tampoco de los que presumen de este mundo y el otro y entregan una traducción que han copiado y pegado de un traductor automático.
Mi propósito es dirigirme a los clientes, explicarles cómo trabaja un buen traductor y cómo evitar revisiones innecesarias que acabarán saliendo más caras que la propia traducción.
Empecemos por el principio: el resultado que obtendréis irá a la par con lo que pretendéis abonar por ello, nunca motivaréis a un buen traductor con tarifas ridículas por el mero hecho que se trate de un proyecto voluminoso, o que habrá más proyectos en un futuro. ¿Se puede dialogar con un traductor al respecto? ¡Por supuesto! Pero llegará un momento en el cual un buen traductor que se precie rechace su propuesta y ni siquiera se moleste en contestar cuando se le pregunte cuál es su “mejor” tarifa.
Y muchos pensarán, con toda la razón del mundo que “agua que no has de beber, déjala correr”, porque para nosotros, un mal cliente también es una pérdida de tiempo.
Los buenos traductores, los que entregan un trabajo de calidad, siempre serán honestos con el cliente acerca del alcance de la tarea encomendada y no aceptarán realizar traducciones cuyo ámbito de especialización, por ejemplo, les sea totalmente ajeno.
La mayoría de los clientes no conoce nuestra profesión. Piensan que traducir es una mera tarea que puede ser realizada por cualquier persona que entienda el idioma de origen… nada más lejos de la realidad.
Los buenos traductores son nativos, proveen servicios complicados y creativos que requieren tiempo y concentración, pedirán honestamente una ampliación del plazo en vez de entregar un trabajo de baja calidad, son así mismo buenos consultores lingüísticos que saben comunicar, avisar cuando el alcance del proyecto no ha sido bien definido, despejar toda duda planteada por el cliente, y siempre revisarán dos veces su trabajo antes de entregarlo.
Un buen traductor siempre añade un valor a su mensaje que le preservará de la mala publicidad, que atenderá realmente a sus necesidades y, por ende, solo él sabe cuánto vale su servicio.
Y dicho servicio os puede parecer caro, pero contratar a un buen traductor le ahorrará tiempo y dinero a medio y largo plazo, e invertir en una traducción de calidad es el consejo más sabio que Sol Marzellier Traductores os puede dar.
Acerca del autor
Sol es Doctorada y posee un Máster en Derecho por la prestigiosa Universidad de Paris I Panthéon Sorbonne (especialidad en Derecho Inmobiliario), así como es Licenciada en Derecho (especialidad Mercantil y Fiscal), Universidad Paris II Assas, Francia.