La peor calle de Londres

Autor: Sol Marzellier
Fecha: 10 de febrero de 2018
Categorias: Entrada

A medio camino hacia Commercial Street, a tan sólo una manzana del mercado de Spitalfields, se halla una vía de servicio anónima. El peatón corriente ni siguiera se daría cuenta de su existencia. Pero, por poco probable que parezca, esta línea asfaltada e impersonal de más de cien metros, fue una vez Dorset Street, la vía principal más célebre de la capital; la peor calle de Londres, y el hogar de alborotadores protestantes, ladrones, estafadores, chulos, prostitutas y asesinos, Jack el Destripador en particular.

Spitalfields, y calles como Dorset Street, se convirtieron en destinos atractivos para inmigrantes irlandeses empobrecidos, ya que ofrecían alojamientos insalubres pero baratos, y quedaban cerca de los lugares de trabajo potenciales dentro de la City de Londres, de los muelles y del mercado. Muchos inmigrantes irlandeses de clase obrera encontraron trabajo como vendedores ambulantes, comprando frutas y verduras en el mercado y llevándolas por las calles en una carretilla para venderlas a los habitantes. Además de la venta ambulante, muchos inmigrantes irlandeses que antes desempeñaban su labor en las granjas, aceptaron trabajar en la industria de la construcción. Otros aceptaron trabajos temporales en los muelles, mientras que otros se dedicaron a una labor agotadora, excavando y tajando madera. Cuando el trabajo escaseaba, y escaseaba a menudo, tanto hombres como mujeres salían a la calle a mendigar. Esa vida tan precaria dificultaba el encontrar alojamientos. A las familias apenas les alcanzaba suficiente dinero para alimentarse, y menos para pagar el alquiler de una estancia razonablemente amueblada. En consecuencia, los albergues comunes que bordeaban Dorset Street y muchas otras calles de Spitalfields, experimentaron un auge sin precedentes. No obstante, esa actividad floreciente pronto estuvo bajo la lupa de los reformistas sociales, periodistas y, a fin de cuentas, del gobierno.

A comienzos de los años 50, la situación apremiante y ya mísera de los pobres en Spitalfields, acentuada de manera casi insostenible por la llegada de los inmigrantes irlandeses, los convirtió en los más pobres de Londres y empezó a atraer la atención de la prensa. En 1849, un periodista, Henry Mayhew, visitó Spitalfields en búsqueda de la pobreza más aguda, a fin de escribir un artículo para el “Morning Chronicle”. El apuro de los antiguos tejedores de seda le conmovió en particular… los encontró viviendo en un estado de lúgubre indigencia, sentados en sus miserables estancias, soñando con sus cuidadas casas y sus almuerzos a base de carne asada de antaño. Mencionó que los tejedores restantes de Spitalfields parecían resignados a dicha situación reducida a menos y que ya no poseían la energía para poder hacer algo al respecto; “Todos rezumaban la misma falta de esperanza, así como la misma tenacidad y medio indiferencia ante su destino”. Informes cáusticos como éste, junto con el de la Comisión Real, obligó al Parlamento a afrontar el problema de los albergues comunes, y se aprobó una ley en 1851 en un intento para mejorar la situación.

Las normas impuestas por la Ley sobre Albergues Comunes de 1851 eran bien intencionadas, pero mal pensadas en el mejor de los casos y risibles en el peor de ellos. Medir las estancias a fin de asignar las camas era una buena idea, ¡si una sola persona fuese a alojarse en ellas! No obstante, compartir las camas a fin de ahorrar dinero era una práctica tradicional, de este modo, la capacidad de las estancias se duplicaba o se triplicaba en noches particularmente frías. Los letreros indicando el número de camas disponibles en cada estancia no sirvió prácticamente de nada, porque solo unos pocos huéspedes sabían leer, y los mismos no estaban por la labor de comunicar a las autoridades su única fuente de protección. Un cambio de ropa de cama una vez por semana habría sido una buena idea, si la ley hubiera obligado a las lavanderías a aceptarlo. En realidad, muy pocas lavanderías que se preciaban tocaban la ropa de cama de los albergues, ni siquiera con un palo, dado que a menudo estaba plagada de bichos, los cuales infestaban la lavandería entera.

La Ley de Albergues Comunes de 1851 tenía muchos fallos, y probablemente el mayor de ellos fue el no regular la manera en la cual los propietarios se ganaban la vida. En consecuencia, los precios de las camas se auto regulaban. Cualquiera podía establecer tal negocio por cuenta propia, siempre que tuviera una propiedad adecuada a su disposición. En Spitalfields, la espiral descendente de la economía local conllevó la bajada de los precios de los inmuebles hasta un mínimo histórico a mediados del siglo diecinueve, a tal punto que ningún cazador inmobiliario que se preciara consideraría vivir allí. Las elegantes casas de los maestros tejedores de seda, tan cariñosamente diseñadas y amuebladas en 1700, ahora sufrían un gran descuido y falta de mantenimiento. Los tejados tenían fugas, el yeso se caía de las paredes, los fogones estaban obstruidos con grasa, y las tablas del suelo se iban derrumbando. En consecuencia, esas casas, que en su día solo estaban al alcance de la gente lo suficientemente rica, ahora se adquirían por casi nada, esta mezcla de propiedades baratas y de una demanda de viviendas económicas logró convertir Spitalfields en uno de los barrios clave para hombres y mujeres con afán de aprovecharse de la desgracia de los pobres. La mayoría de los nuevos propietarios fue anteriormente empresarios ambulantes que adquirieron sus bienes con el dinero procedente de las apuestas en las carreras de caballos o directamente de los atracos. Los muebles procedían muy a menudo de hospitales o de casas en las que las enfermedades contagiosas abundaban, por lo que solían ser baratos, ya que nadie correría el riesgo de comprarlos por miedo a contagiarse. Pronto se les ocurrió a magnates inmobiliarios ambiciosos con poca o ninguna garantía, vender participaciones en sus negocios a fin de aumentar el capital inicial. Anuncios empezaron a publicarse en los periódicos, ofreciendo una rentabilidad del 4% a quienes estuvieran dispuestos a invertir en albergues comunes. Una vez que un proyecto alcanzaba el número requerido de inversores, los bienes se liquidaban rápidamente y se alquilaban. La mayoría de los inversores que participaba en tales proyectos vivía muy lejos de ahí, y poco o nada sabía de la manera en la cual se trataba a sus “clientes”; de saberlo, es poco probable que hubieran conseguido dormir plácidamente por las noches. Los albergues comunes de Spitalfields atendían a tres categorías principales de clientes: aquellos demasiado enfermos, viejos o perezosos para trabajar, y los delincuentes comunes. En general, los propietarios de albergues empleaban ayudantes cuya tarea consistía en asegurarse que todos los huéspedes pagaban su cama todas las noches, así como un vigilante nocturno, que actuaba como gorila, manteniendo a los huéspedes no deseados alejados. Por tanto, conllevaba a menudo la expulsión de mujeres embarazadas, enfermos y ancianos, sabiendo perfectamente que tendrían que dormir en la calle. El personal de los albergues no era demasiado consciente de ello; pero los propietarios se preocupaban aún menos de sus semejantes. Además de permitir que la gente desesperada durmiera en condiciones indecentes, ganaron más dinero haciéndose con el monopolio local de lo imprescindible, como el pan, el jabón y las velas, y vendiéndolo a los huéspedes a precios totalmente desorbitados. Un oficial de policía que patrullaba por el barrio en aquella época escribió sobre los alberques comunes… en su opinión, “los propietarios de los mismos eran delincuentes mucho mayores que los pobres diablos que tenían que vivir en ellos”.

Además de dichos míseros albergues, Dorset Street y una gran parte de Spitalfields fueron invadidas por viviendas que se alquilaban a la semana, normalmente por estancias, escasamente guarnecidas con muebles viejos y a menudo destartalados. Thomas Archer escribió sobre dichas viviendas en un informe titulado “Las vistas espantosas de Londres”, exponiendo que cada estancia solía albergar una familia entera, a veces dos o tres familias, siendo estas casas raramente o nunca sometidas a las pocas e inefectivas restricciones impuestas por la ley, y donde, desde el desván hasta el sótano, hombres, mujeres y niños pululaban y sofocaban en un aire fétido y nauseabundo, que desposaban.

Estas viviendas eran populares por sus prostitutas puesto que ofrecían la intimidad necesaria para poder prestar un servicio a los clientes que hubiera sido denegado en los inmensos dormitorios de los albergues comunes. Los propietarios acogían a las prostitutas porque podían cobrarles un alquiler más elevado, con el fin de cubrir el riesgo que podría suponer el descubrir que vivían de ganancias inmorales. A medida que el número de prostitutas que oficiaban en Spitafields fue creciendo de manera espectacular en la segunda mitad del siglo diecinueve, los arrendadores de viviendas se dieron cuenta que podían ganar dinero adicional volviéndose más organizados en la manera de controlar sus arrendatarios.

En conjunto, Spitalfields es hoy en día un lugar animado y de moda para vivir, trabajar y divertirse; el hogar de artistas y artesanos, al igual que lo era en la época en la cual los hugonotes se establecieron. Sin embargo, al anochecer, ese lado, indeleble y sórdido en apariencia, de este fascinante barrio de Londres, resurge de nuevo a medida que las inconscientes descendientes de Mary Kelly, Polly Nichols, Catherine Eddowes y las demás, empiezan a ejercer su oficio alrededor del recinto sagrado de Christ Church. Todos los símbolos de Dorset Street, “la peor calle de Londres”, pueden haber desaparecido del mapa, pero su legado es demasiado poderoso para ser totalmente erradicado.

Escrito en 2012 por Andrew, traductor de inglés de Sol Marzellier Traductores, y basado el libro “The Worst Street in London” de Fiona Rule, publicado en 2008.

Traducido por Sol, CEO de Sol Marzellier Traductores TM.

Acerca del autor

Sol es Doctorada y posee un Máster en Derecho por la prestigiosa Universidad de Paris I Panthéon Sorbonne (especialidad en Derecho Inmobiliario), así como es Licenciada en Derecho (especialidad Mercantil y Fiscal), Universidad Paris II Assas, Francia.

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